Abstract
Mil novecientos noventa y siete fue uno de esos “años límites” en los que a veces incurre la historia nacional, cuando los efectos de la guerra se vuelven insoportables. La expansión del conflicto adquirió visos de una crueldad inimaginada y los desplazados sumaron un millón haciendo inocultable el fenómeno ante las autoridades nacionales y regionales que hasta entonces seguían la política del avestruz. En 1997 los impactos de la guerra tocaron inclusive los bolsillos de actores que hasta entonces se habían mantenido impávidos ante los acontecimientos. Así, 1997 se convierte también en el año en que los grandes empresarios comienzan a pensar que la guerra puede dañar los negocios y la paz puede traer ganancias. Por motivos menos prosáicos y desde variados flancos, actores de la sociedad civil y de los organismos internacionales comienza una campaña sistemática que intenta frenar la locura nacional.
Dentro de este contexto se producen también desde la academia distintos esfuerzos por tratar de descifrar la lógica del conflicto y encontrar propuestas, que aunque no plantean soluciones definitivas, al menos promueven caminos que se encausen hacia la desactivación de la violencia y la construcción de una sociedad más tolerante, capaz de guiarse por valores como la convivencia, la solidaridad y la democracia. El artículo que sigue forma parte de esa corriente general y se elaboró con la pretensión de aportar elementos de juicio sobre algunas de las características del conflicto armado, poniendo la lupa en la región más violenta del país.
Palabras Clave: Conflicto armado, Antioquina, Violencia, Guerra, Paz