Resumen
Desde 1980, Colombia es nuevamente el teatro de una violencia de Excepcional intensidad. Esta se expresa en muchas zonas rurales y urbanas mediante situaciones de terror, especialmente en los sitios donde varias fuerzas se disputan el control de un mismo territorio, como, por ejemplo, el Magdalena Medio, y la región de Urabá. Allí, no dejan de estar al orden del día las masacres, los éxodos, las exacciones, las atrocidades y las sospechas, que afectan a una población sometida a la ley del silencio. Además, los años 1987-1993 se caracterizaron por el terrorismo, ciego o no, llevado a cabo por los narcotraficantes y las fuerzas oscuras aliadas con ellos.
Por eso, puede llamar la atención el que tal situación no haya provocado mayores reacciones de la opinión pública, nacional o internacional. Tal vez algunos acontecimientos han tenido una repercusión considerable, como el asesinato de líderes políticos destacados o algunas masacres particularmente sangrientas. Pero esta resonancia sólo es fugaz, sin llegar a darse nunca una indignación comparable a la que suscitaron las atrocidades cometidas en Argentina, en Guatemala o en El Salvador.
Varios estudios pueden explicar este relativo silencio. En este estudio, voy a hacer énfasis en uno de ellos: la banalización de la violencia, que disminuye la visibilidad de las situaciones de terror. Al hablar de la violencia banalizada, no quiero hacer mía la idea de ‘la cultura de la violencia’ que aparece a menudo en el discurso de algunos analistas colombianos. Como ocurre con frecuencia, la explicación por la cultura –y mucho más tratándose de la violencia- puede resultar un tanto perezosa y tomar un aspecto tautológico (…) La banalidad de la violencia apunta hacia varios aspectos nuevos que son propios de los fenómenos presentes: sus dimensiones tan heterogéneas que no permiten que surja un único eje de conflicto, su ausencia de articulación con las identidades colectivas previas, las redes de dominación que tejen, las oportunidades que ofrecen, su compatibilidad con el mantenimiento, al menos formal, del Estado de derecho. Entre la banalidad de la violencia y el terror, existe a la vez continuidad y ruptura. Lo que pretendo mostrar es que se da una continuidad suficientemente fuerte para que el terror sea percibido en buena parte como una situación de hecho que no cuestiona las rutinas de la violencia, sin que existan categorías intelectuales o políticas que permitan entenderla, y menos aún darle sentido.
Palabras Clave: Terrorismo, Terror, Banalizacion, Violencia