Resumen
A diferencia de la mayoría de los conflictos armados contemporáneos, en Colombia, las partes enfrentadas hablan el mismo idioma, no parecen tener rivalidades étnicas, tampoco discrepancias raciales, ni mucho menos religiosas. La relevancia de estas diferencias en identidad se puso de presente en la recientes guerras civiles en África y Europa central, en donde se invocaron para organizar el apartheid, origen del conflicto armado en Suráfrica, o para consolidar poder político y separar y enfrentar poblaciones que hasta hace poco convivían juntas, como en la antigua Yugoslavia o en Ruanda. En Colombia, por el contrario, el choque de ese tipo de identidades no ha sido un elemento decisivo del enfrentamiento.
En Centroamérica, y recientemente en México, la diferencia de identidad étnica ha representado un factor clave de la rebeliones armadas, como lo demostró el caso extremo de Guatemala, y ahora el de Chiapas. Lo más cercano a esa clase de rivalidad en nuestro país ocurrió con la guerrilla indígena del Movimiento Quintín Lame en los años 80, el cual fue más bien pequeño en relación con los otros grupos insurgentes –FARC, ELN, M-19, EPL- y limitado a una región en el suroccidente del país. ¿Cómo, se puede, considerar entonces la confrontación armada en Colombia, donde esas diferencias en identidades, origen del antagonismo en otros casos, están ausentes, o al menos, en apariencia, no son su causa directa? O, ¿cómo entender la prolongación de un conflicto que los sucesivos gobiernos desde inicios del Frente Nacional habían enmarcado dentro del enfrentamiento Este-Oeste, si lo que se conoció como Guerra Fría llegó a su fin hace casi una década?
El presente artículo intenta dar respuesta a esas preguntas, explorando el tema de las identidades políticas y el proceso que llevó a su polarización en el Departamento de Córdoba, en el noroeste del país.